Monday, May 24, 2010

Otros juegos

Ya no era la pelota el objeto de deseo, ni la mujer histérica, ni el ovillo de lana enredado en las patas, ni todo eso junto. Dejando atrás el arco y la flecha, los juegos de poder cobran formas más sutiles. El impulso es el mismo: ganar o perder. Dando rienda suelta a su fiel instinto de timbera, ahora se jugaba la vida a 30 puntos dibujados con birome azul sobre papeles amarillos –y siempre que podía se olvidaba de anotar un “No quiero” al rival, como si nada, inocentemente.- Sobre esta mesa sobre la que ahora escribo, ya no se jugaban las miradas superyoicas, ni las amistades ambivalentes, ni las disputas entre chicas por otras chicas. Esto era otra cosa: el poder del secreto que circula en las miradas y en el no saber sobre las tres cartas ajenas y aprisionadas en la mano, traslucidas solo en muecas obcenas, porque se sabe: sexo y poder van de la mano, van cruzados, van enfrentados, arriba y abajo. Arriba una de la otra va la carta, cuando se despliega la jugada y asoma no rápido sino lento, muy lento, como las torturas, como las conquistas.
- (Beso)
- (Guiño)
- (Arqueada de cejas)
- (Silencio)
- (Franeleada por debajo de la mesa)
Una se levanta y va a poner música. Rompe el código de miradas que corta el clima con tijera.
- Dale, apurate, vas vos.
- ¿Qué voy yo? ¿A donde?
- Acá arribita mío, vení.
- Ah bueno.
- Dale, chiquita dale.
(Y pone, una bajita, bastarda, que va como una ola al otro extremo de la mesa)
- Ahora vos.
(Y brilla sobre la mesa un Siete de Oro, resplandece sobre las otras cartas, puede más, se nota)
- Ah mirá esta cara de mosquita muerta la que se tenía guardada.
- Me das miedo compañera, sos como un agente de la CIA camuflada en jugadora de truco torta y además estás buena.
- Es que yo, a las cartas, las vuelvo locas.

Pero esto me hace acordar a otra cosa.
Hubo una vez cuando mi casa se llenaba de chicas, todas las semanas venían distintas a jugar. De distintos barrios, de distintas nacionalidades, de distinta orientación sexual. Una vez vino una colombiana que no paraba de fumar porro, otra vez vino una yankee y no se le entendía nada, cebaba mate para no hablar. Otra vez vino una que parecía un camionero pero se decía hetero y era gallega. De todas, todas las que desfilaron por mi casa, hubo una que para mi es inolvidable por muchas razones. La primera, que ella era chef –mi profesión frustrada-; la segunda, que era una histérica; la tercera, que iba a ser mi primera mujer.

- Sos una desubicada, ¿cómo vas a decir “y además estás buena”? , dale que me desconcentrás. Que estoy muy concentrada y vos empezás a hablar pavadas.
- (Pone la otra)
- Vos cantalo, dale.
- Envido.
- Envido.
- A la mierda.
- 31.
- Son buenas.
- Puta madre.
- ¿Ese gestito me hacés corazón?
- Si, este y todos los demás que vos quieras.
- La primera va de ustedes.
- (Pone una)
- (Pone la otra)
- Tru co – canta la tercera, con cara de misteriosa, de diabólica, de perversa, de MALA.



Pero otro día les cuento cómo fue que me la gané.


(continuará…)

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